domingo, 2 de septiembre de 2012

Causa

Me encuentro frente a la puerta, mi puño cercano al duro cedro que me separa de tu morada. Mi cabeza recorriendo escenarios posibles mas rápido que la luz tenue que escapa por los resquicios de la dura madera. Me encuentro frente al cuatrocientos cuatro de la torre doce. Siento que mis pies se encuentran sobre la baldosa, pero mi mente está en el frío infinito del quizá.

Todo está frío a mi alrededor, ocupo el espacio de una baldosa en este recinto de universo. La noche silenciosa y acosadora entrando sin permiso por la ventana del pasillo. Toda una atmósfera de vida común en un momento siniestro que invade mi corazón en forma de duda. Los nudillos de mi mano derecha acarician la oscura madera y mi mente no se digna a ordenarles que que den el siguiente paso.

Cada segundo que pasa se alarga en contraste con mi pulso. Mi respiración haciendo señales de humo frente a mí. Hago suposiciones de lo que hay detrás de esta fatídica puerta, pero caigo en la cuenta repetidas veces, de que no tengo ninguna certeza.

No sé si me espera aquella femme fatale que tanto deseo.

Aquella que inunda mi cabeza de sospechas y amargura. Una parte de mí quiere perderse en el caos de sus ojos, agotar todo sentido racional de la realidad y sumirse en el abismo de la obsesión y el cansancio. Y la otra, cuya voz es cada vez mas tenue con el pasar de los segundos, susurra lastimeramente como un perro viejo, una advertencia cada vez mas lejana.

Ya la impaciencia agobia mis sentidos, escucho su voz cerca de mi oído y el perfume de su cuerpo inunda mi cabeza, mientras siento como mi mano recorre su piel con paciencia voraz. Sus ojos color oliva amarrados a los míos mientras sus labios se acercan para darme el golpe final. La bocina de un auto me devuelve a la realidad.

Se me acaba el tiempo.

Es demasiado, no soy capaz de hacer nada al respecto. Me rindo. Me marcho pausadamente. Mis pies arrastran el peso de la cobardía y mi mente se retuerce de rabia. Siento como un ladrillo se hunde dentro de mí y hace mas difícil la tarea de caminar. Finalmente introduzco mi derrotado cuerpo en la silla de conductor de mi auto y miro al frente en silencio.

El auto hace un pequeño estruendo al encenderse cuando introduzco la llave. Manejo sin destino particular hasta que me doy cuenta que voy por las montañas y a los lados solo hay bruma y abismo. Considero el girar el volante a cualquier lado y dejarme llevar, pero temo sobrevivir.

Finalmente me provoca parar en un lago. Miro detenidamente el cielo estrellado y la luna. Luego veo el adoquinado que recubre el suelo alrededor de una falaz laguna. Veo una silla y me siento. Prendo un cigarro y espero algo desconocido que nunca llega. Espero paciente con mi revólver sobre mis piernas.

Finalmente amanece, la aguja impacta contra una bala que luego impulsa la pólvora en trayectoria corta y directa a un centímetro de mi sien. Que cobarde soy, alcanzo a pensar, que cobarde e idiota he sido.

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