domingo, 21 de abril de 2013

Welt

Mira el mundo desde el mundo que te ve. No mas consecuencias, no mas nada, solo ser...

Antonio se encontraba sentado en una silla de parque público que se hallaba en su ciudad. En aquél parque no había nadie mas sino él en ese banco de maderos podridos y suaves, a causa de la humedad.

Había estado lloviendo ese día y los cinco que vinieron antes.

A Antonio le gustaba estar solo, pero odiaba sentirse solitario, lo que sucedía cuando hablaba con casi cualquier persona.

Él se encontraba pensando que la silla y sus nalgas serían mucho más cómodas si estuvieran secas. (Probablemente si hubiese estado seca la silla, hubiese estado ocupada, Antonio se alegró de que no fuese el mismo caso con sus nalgas.)

Un escalofrío recorrió su espalda, esa que le pesaba gracias a que su saco se encontraba empapado y pegachento, abrazado fría y pesadamente a él.

Pensaba, pensaba, pensaba; Al momento de concretar, todo se le olvidaba.

Al frente suyo, el pasto húmedo e inundado dejaba ver algunos gusanos rosados y asquerosos que iban llegando a la superficie de aquél mundo frío al que Antonio pertenecía en ese momento.

Se fijó en uno de ellos, era muy grueso y se retorcía incómodamente, enterrando su cabeza en la tierra, casi como lo haría un niño asustado con los brazos de su madre, que incómoda lo recibía, porque estaba ya cansada de trabajar todo el día y no quería llegar al hogar y ser madre.

Tal vez el gusano, y ese niño, buscaban familiaridad, tranquilidad.

Tranquilidad. Aquella palabra le parecía curiosa a él. ¿Qué la definiría? Uno puede estar tranquilo en silencio o en el corazón de una ciudad ocupada y ruidosa, en un bar o una biblioteca. Quizá su referente fuese lo familiar...

No. Lo familiar muchas veces es aburrido, a veces hasta incómodo. Antonio concluyó pues, que los muertos han sido, son, y serán, los únicos verdaderamente tranquilos en el mundo.

Tenía frío.

Acercó sus moradas y entumecidas manos a su boca para darles un poco de calor con su aliento débil de fumador consumado.

En ese momento sintió ganas de tocar guitarra, luego recordó que ni sabía, ni mucho menos tenía una. Después el piano pasó por su mente, y recordó sus manos que yacían semi-muertas sobre sus piernas, y que procedió a meter en sus pantalones para luego congelarse los genitales.

Su casa estaba a una calle de aquel parque, pero no tenía las mas mínimas ganas de volver. El solo pensar en tocar el pomo de la puerta de su habitación le causaba un asco profundo.

Le daba náuseas ese cubo urbano lleno de pretensiones adolescentes que había juntado a lo largo de su corta vida: Una torre de discos de artistas que dijo idolatrar y amar alguna vez, libros que no había leído (se decía cada día que lo haría en algún momento, cuando tuviese ganas.) y que sin embargo lo hacían sentir estúpidamente superior, gustos falsos implantados por otros, nunca descubiertos por él, porque solo le importaban las cosas por poco tiempo, ningún gusto le duraba.

No se sentía humano, aún sabiendo que eso era filosofalmente imposible, solo los humanos padecen su propia existencia, o al menos eso pensaba él.

Eso lo enfurecía, le hacía sentir idiota. Eso y no tener novia, aunque también sabía que no le había gustado tener una relación seria. Se murmuraba a sí mismo lo estúpido que era mientras su aliento creaba pequeñas nubes frente a su rostro.

En días como este (en los que se sentía... existencialmente volátil) su semblante cambiaba de forma abrupta, se encorvaba, miraba a todo menos a los ojos de la gente e ignoraba todo cuanto le decían, esto hacía que se preguntaran (y aún peor, que le preguntaran a él) que le sucedía, pues estaban todos acostumbrados a hablar sin tener nada que decir.

Lágrimas tibias, ya lo único en él que poseía calor, brotaron de sus ojos, no aguantaba más ese mundo tan falso que lo contenía y en el que se sentía atrapado. Se suponía que su método de sufrir el existir debería hacer todo más llevadero.

Poseía una estantería de máscaras que le permitían funcionar en el mundo y toda la mierda que este conllevaba, pero cada máscara se derretía como chocolate en el bolsillo en días como el que transcurría en aquél momento. El efecto era símil, sentía toda esa viscosidad falsa y asquerosa pegada a su cara y sobre su cuerpo. Le provocaba arrancarse la piel a arañazos.

Empezó a gritar, a gritar y gritar. Sus ojos dejaron de ver claramente gracias al frío asesino que agobiaba su cuerpo. Ya se le iba acabando el aire, y el que le entraba estaba tan frío que hacia sus pulmones calumbrecerse. Se le iba acabando la vida, y lo sabía.

Se abrazó a su pecho y enterró su cabeza, se recostó sobre la silla y perdió la conciencia. Al día siguiente lo encontraron congelado unos vagabundos que se aseguraron de quitarle todo lo que tenía antes de romper el vidrio de la casa de una anciana que vivía cerca de aquél parque.

La piedra había tumbado una torre de discos llenos de polvo, y cinco horas después, medicina legal estaba recogiendo el cuerpo.

Fin.



viernes, 12 de abril de 2013

A ti.

Desmantela mi mirada.
Hazte un balcón con los trozos.
Mira la noche estrellada,
Conmigo a tus pies.

Deseo arrancarte del mundo,
Que escapes conmigo a la nada.
Y así no nos separará,
Ni a nuestros labios.

Colma con tu mirada,
Mi máxima cobardía,
Obligame a robar tu alma,
A mía hacerte.

Como un puro quiero,
Suave calar de tus labios.
Parsimoniarmonicamente tocar tus caderas.

Abraza mi mirada con tus ojos,
Guíame.
Déjame mirarte con las manos,
Que con los ojos no veo.

Odio.

Pistones de marea alta.
Conciencia irracional.
Carrusel de alta costura.
Todo es bueno si nada mejora.

Tandas y estancias,
Vidas de pan,
De pan y canela.
Calla nene, te hará bien.

Respira veneno, ten acido en las venas.
Cálido suspenso de lo plano, banal.
Notas, sonidos, silencio.
Te desamo, te masodio.

Carroña cáustica y efervescente,
Brindame paz, el cobarde de arriba no pudo.
Invierno mierda, alma sangre.

Café derramado.
Querido aroma herido.
Piérdete, masodiada mía.
Despide tu alma de toda ocasión.

Espacio y tu lento silencio,
Déjame desenvainar el corazón.
Armate con el tuyo, combáteme.
Dancemos el tango rojo y húmedo.

Vértigo del espíritu,
Ven sosiega mi muerte.
Líbrame de mi libertad.
Dame tu cuarto de hora.

miércoles, 10 de abril de 2013

Máquinas.

Aleteos.
Cortantes ruidos pausados.
Carne viva.

Tus ojos se pasean por un mar de metal. Ves a cada cosa por si misma, sin conjunto. Son solo monstruos.

Trac, trac, trac.
Engrane tras palanca tras pistón, luego las mentes en blanco. Quedan ciegas de ruido.

El aire en vuestros pulmones es tan sucio como el de afuera, mas sin embargo es puro como el alba.

El ruido chocante, las balas psicóticas, el néctar mental. Nada me aflige. Solo paséate en frente, falleceré cual reloj mal ajustado.

Suspira algo de humo. Estaré para verlo arremolinarse y perderse en el viento que nada deja.