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Es de noche.
Sí, de eso podemos estar seguros. Brilla la luna en creciente y se ven unas pocas estrellas. Son algo así como las tres de la mañana, pero no exactamente. Es un minuto de esos que no existen.
Jaime camina medio ebrio por toda la 30. Pasan carros a toda velocidad a su lado. Buses, taxis, autos, motos, de todo. Ve la estela de sus luces rojas por el rabillo del ojo mientras se tambalea lentamente.
Jaime tiene sed. Se siente abandonado y desahuciado. Y tiene una sed insaciable. "Me bebería todo un botellón de agua", pensaba.
Ahora si son las tres.
El tiempo se reanuda y el alcohol toma posesión de su cuerpo. Los recuerdos y la memoria se disipan. Sus pies se mueven, pero no se siente. Nada sucede para él. Tampoco hay nadie que lo vea y le recuerde.
Solo se mueve y ya, paso a paso, a lo largo de esta avenida que atraviesa la ciudad de cabo a rabo. Lo que antes parecían pasos ahora son pies arrastrándose por el pavimento. No hay más autos. No hay nada. Jaime no ve nada, no oye nada, no se detiene. El denso velo lo cubre esta noche.
Todo era culpa de ellas, de todas ellas. De todas las mujeres que había conocido y a las que nunca les había entregado nada, porque no había nada que entregar. Esa noche estaba en el bar en el nombre de todas ellas. En el nombre de todas las que no comprenden que no se puede dar algo que no se tiene. Algo que se ha buscado durante toda la vida, y que nunca se ha podido encontrar porque en principio tal vez nunca existió.
Ahora los abismos y las lagunas llegan a Jaime mas fácilmente. Todo encaja y concuerda, todo en este estado parece tener sentido. Cada paso está tan lleno de significado como el anterior y el que vendrá. Cada sucia respiración y exhalación entra en el mundo llena de calor, calor que abandona el corazón de Jaime, que a cada paso se desgasta un tanto más, tal cual se ha venido desgastando desde el día en que nació.
Hay una alcantarilla destapada frente a él.
Jaime continúa con su paso lento y ruidoso, un renqueo que solo una clase de borracho puede lograr. Es el renqueo del abandono, es el renqueo de una mente que no sabe a donde va, pero tampoco le importa.
La alcantarilla se acerca. El mundo se mueve bajo sus pies, pero Jaime está ciego.
Hoy no le toca morir a Jaime, no. Pero ha estado muy cerca. Le quedan algo así como unos 20 de estos momentos, pero eso solo lo podremos saber usted y yo. Jaime se detiene frente a la alcantarilla y vomita todas sus entrañas. El abismo no lo ve, porque trae los ojos cerrados.
Se limpia con la manga de la camisa, y rodea la alcantarilla para seguir caminando.
Ahora si está buscando algo, buscando activamente. Su mente se despeja un poco, lo suficiente como para darse cuenta que para buscar hay que tener los ojos abiertos. Pero frente a él lo único que se presenta son postes de luz y un andén vacío. Estelas rojas al lado izquierdo, nada más.
Se convertirá él también en una de esas muchas mujeres que pedían algo imposible, sí. Ya va por la mitad del camino hacia la nada. Buscando en las calles lo que no ve dentro de sí. No existe, les digo.
En un principio Jaime sabía esto, pero ahora lo ha olvidado para siempre. Ahora está condenado a una tarea imposible que lo devorará entero.
Los recuerdos se esfumarán, las noches de pasión serán olvidadas, los besos bajo la lluvia no serán mas que escenas de películas nunca vistas. Así será como Jaime se perderá en la nada, paso a paso, un pie moviéndose frente al otro.
Jaime marchará dentro del abismo sin ser visto. Pasarán los efectos del tabaco y el alcohol, y tal vez hasta su rastro traiga vagas imágenes de lo que solía ser. Pero esas imágenes serán irreconciliables con lo que será de ahora en adelante.
Así será, así y solamente así hasta el fin de sus días. Renqueando sus últimos pasos hasta llegar a la horca.
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