viernes, 13 de julio de 2012

Soledad sus cuatro paredes

En el remanso de la quietud de mi hogar, deposito mi atención devota mente a una realidad que no me pertenece. A un espacio/tiempo tan ajeno a mi propiedad como la sombra al viento, vacilo entre las notas enredadas de un cuaderno, las canciones olvidadas, sueños no cumplidos y un sin fin de poemas jamás pensados.

Es placentero. Mientras leo cadenas de texto vagas y confusas a mi parecer, y fumo de la pipa de la incertidumbre, me hundo más y mas en el abismo de mi sentencia desalmada. Cadenas al rastre sonoro de una sinfonía llena de dolor y llanto, que solo el hábil del pesar es capaz de discernir entre el diario vivir.

Mi muerte es una sentencia oblicua en el descenso de la libertad, pues solo es una amenaza de un futuro que no llega sino cuando es mas inoportuno, el presente... se vuelve inoportuno. Vueltas de texto y cadenas perpetuas de ideas al azar que no tienen sentido aparente ni intrínseco.

Mis palabras, discurso desesperado. Un discurso ya nada apasionado, con todo que perder, débil como un anciano sobreviviente de mil combates que ya ni recuerda haber peleado. Un discurso débil como el de un sabio que no ha sabido decir la verdad. Palabras llenas de miedo y ni una pizca de alma.

En este momento el humo llena mis pulmones y los abandona, y deja a su paso un estupor blando y perfecto, mientras mi consciencia da vueltas, gira sin parar. Dando a luz en un parto doloroso y sangrante a palabras que pierden su vocación de existencia.

No son amargura, son la infinita expresión de mi absurda estupidez. O al menos eso me gusta pensar, conformarme con eso quizá.

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