Ya no podía aguantar más, mi estómago se desgarraba de dentro a fuera como una especie de tortura. Ya ni el más potente opiáceo podría desviar mi atención de mis impulsos reptilianos. No es como si en realidad tuviera el dinero para comprarlo o la energía para robarlo.
Tengo hambre, sueño y sed. Lo único que puede desviar mi dolor es un par de mili segundos en los que descargo violencia sobre una pared de concreto. Sangro. Bebo mi sangre, eso calma mi ardor interno, que amenaza con despedazarme vivo. Tengo un par de horas, creo yo.
Después de trabajar tres cuartos de ese par de horas, consigo un poco que comer. Una papa, un sobre de sal y un vaso de agua. Cambio la sal por unos cuantos minutos en la estufa local para cocinar mi papa. Me toma un minuto de los dos que adquirí y me devuelven la mitad. La echaría sobre la papa, pero sé que me daría sed mas pronto.
Hoy es mi último día, mis cuerpo ya no soporta mas golpes, ni dolor, ni agonía. No tengo siquiera lo suficiente para subir lo necesario como para lanzarme y saber que voy a morir. Pero he estado haciendo un esfuerzo, he estado afilando durante dos semanas un viejo pedazo de metal que encontré cerca de un riachuelo.
Muchos me han dicho que lo venda, pero es mi única oportunidad de morir con menos dolor que el que ya tengo. Ellos lo saben.
Hoy es mi día. Tomo con fuerza y manos temblorosas, aquella improvisada navaja y la hundo profundo en mi muñeca izquierda. Siento como la sangre empieza a brotar, todo se torna borroso y el dolor se desvanece poco a poco. Me siento nadando, como nunca lo he hecho.
Muero, y luego veo a un extraño acercarse, tomar la cuchilla y hacer lo mismo que yo. Nos veremos después compañero.
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