La ciudad va muy rápido.
Le pido el favor al que lea esto que un día se levante en la mañana, muy temprano, a las tres de la mañana. Que se deshaga del miedo de la calle, del miedo al casco urbano, del miedo al laberinto del fauno que es esta urbe gris y lluviosa.
Salga usted a la calle. Despacio.
Coloque un pie delante del otro como jugando pica y pala. Mire todo a su alrededor, detenida y calmadamente, mire como la oscuridad de la noche llena los espacios citadinos y silvestres mientras nadie habita las calles y la ciudad muere ante usted.
En sí, al estar moviéndose tan despacio como la oscuridad, usted no le va a dar vida al trozo de urbe que sus pies recorren, solamente se hará uno con la luz que no está.
Si puede, siéntese en algún lado. Si puede, encienda un cigarro. Si puede, manténgase tan inmóvil como le sea posible sin perder la cordura con la que la ciudad ni siquiera cuenta.
Cuando logre usted la paz absoluta, serán entonces las cuatro de la mañana y comenzará a ver que la ciudad va tomando impulso, verá que varias almas irán saliendo de sus hogares de dos en dos, escabulléndose rápido para no sentir que la oscuridad que inunda sus corazones es fuerte. Cada alma ignora su alrededor.
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