Toda inspiración viene de la mano de una contusión emocional. Todos y cada uno de mis escritos padecen de la enfermedad contagiosa, mortal y peligrosa, la enfermedad máxima; la tristeza. Mis escritos alegres carecen de ese nosequé que les da vida a los demás, como si al sentir que se me va la vida, las letras agarran algo de esa energía vital que se me escapa. Entonces las palabras toman algo de vida.
No sucede en mis escritos alegres. No hay vida en ellos, la alegría no se contagia así me brote de los poros mientras golpeo alegremente sobre el teclado, cada dedo de mis manos feliz y galopante.
Pero hoy no, hoy mis dedos solo se arrastran lúgubremente mientras a mi cabeza llega el recuerdo de mi trauma más duradero.
Han pasado ya cuatro años desde que que le conocí, pasaron ya casi dos años desde que tuvo lugar alguno en mi desgraciado corazón. Su habitación en mi cabeza no es más que un lugar abandonado donde yacen los recuerdos. Libros, palabras, momentos. La herida cerró, sí... Pero todavía palpita. La quise, mas nunca la tuve.
Vi tempestad, destrucción y dolor en sus ojos, pero al mismo tiempo una capacidad impresionante para la ternura y el cariño. Son las almas mayormente heridas, las que más capaces son de amar incondicionalmente, o al menos, eso creo yo.
Traté de ayudarla a sanar, nunca desistiendo, nunca dándome por vencido. Sobra decir que fallé de la manera más intempestiva. Fue buena conmigo, me escuchó, pero sobre todo, se dejó escuchar. Se dejó ver en la mayoría de sus tempestades, y se dejó querer.
Primera caminata bajo la lluvia, primera de mis muertes por frío, tanto frío que al tratar de mover mis dedos ya no podía. Pero mi pecho seguía caliente.
Primer concierto, primer vez que mis oídos zumbaban por el ruido. Pero seguían abiertos para ella.
Escenarios así, escenarios inocentes pero que dejan marca, escenarios donde la pude ver siendo ella, siendo ese ser puro que se escondía entre las píldoras y el dolor y los golpes y las ganas de morir, entre las sombras y las lágrimas.
Hasta el día de hoy su fantasma inerte se atraviesa frente a mis ojos. No sé si ella todavía es lo que solía ser, no sé si ahora está mejor o peor que antes. No sé nada de ella excepto que sigue con vida, o al menos, sus pulmones todavía consumen aire.
No hay objetividad cuando de mujeres se trata, no hay objetividad cuando de cariño se trata, no hay objetividad cuando de besos y abrazos se trata. No para mí. Yo solo sé que en este sucio mundo hay personas que merecen mi cariño, por mucho o poco valioso que pueda llegar a ser.
Solo espero que en el transcurso de mi vida logre revivir mi propio corazón al darle mi mente, cuerpo y ternura a la persona que lo merezca. Como todo romántico de mierda, espero encontrar el amor. Espero encontrarlo de la única manera que sé, siendo bueno.
Simplemente espero lograrlo antes de morir, culpa de ella ante todo, pero por encima de todas las cosas, por mi propio bien.
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